No siempre las circunstancias de la vida son tan agradables a los sentidos y al corazón. Y son estos momentos difíciles nuestro propio desierto: momentos no tan agradables y/o derechamente dañinos para nuestra vida. En este tiempo de cuaresma el Señor nos invita a adentrarnos en nuestro propio desierto, es decir, al lugar que tiene precariedad en nuestra vida; espacios de dolor y dificultad; espacios de oscuridad y sin sentido. El lugar donde llegamos a dudar de la compañía de Dios, y, a veces, hasta de su propia existencia.

Sin embargo, Dios no viene a solucionar la vida diaria como un genio de la lámpara, ya que nuestra existencia es finita y limitada. Nuestra existencia está llena de contradicciones y dificultades. Por esto, es aquí donde podemos optar en nuestro camino de fe por dos veredas diferentes. La primera de ellas puede ser no confiar más en Dios y alejarnos de él, o, por otro lado, adentrarnos en el misterio de la entrega de Jesús al mundo para restaurar las relaciones humanas, reconociendo que en su encarnación viene a mostrarnos la presencia de la luz en nuestra existencia.

“Dios amó tanto al mundo, que entregó a su Hijo único para que todo el que cree en Él no muera, sino que tenga Vida Eterna” (Jn 3, 16); Dios nos ama tanto, que sigue creyendo en la humanidad; sigue creyendo en que, mirando la entrega permanente del amor de Dios en Jesús, el ser humano podrá optar libre y con voluntad firme el camino de la luz y del bien.

En este tiempo, lleno de contradicciones y dificultades, el Señor les dé fortaleza y audacia para reconocer la presencia misteriosa del amor de Dios en medio de la historia, en medio de nuestras familias, en medio de nuestros trabajos y espacios de estudio.

¡Buena semana!
Paz y bien.

Hno.Felipe Márquez, ofm.